Mi proyecto “Sobredosis de dolor infantil” es una continuación de diversos proyectos realizados para varias asignaturas cursadas en la UOC en el grado de Artes. Mi preocupación como persona y artista, estética, ética, y diría moral: cómo podemos “educar” a los diversos sentidos para sensibilizarnos ante el sufrimiento humano, y sobre todo, el de la niñez en los procesos de guerra. Y no permitirlo.
Objetivos
Esta bitácora tiene como propósito documentar mi proceso de búsqueda, registrar las derivas, las lecturas y los encuentros que van configurando este nuevo proyecto. Entiendo el arte, como plantea Pilar Díez del Corral, no como un lujo o una técnica, sino como “un medio para pensar, cuestionar y reimaginar el mundo”; y la educación artística como una forma de “enseñar a mirar, sentir y comprender la diversidad humana”. He de decir que esta artista me acompaña en diversas derivas de mi arte, y mi conocimiento intelectual.
Referentes
En diálogo con diversos autores/artistas como Hal Foster, donde se ha de reconocer la posición del artista y la dimensión política de la práctica. Me interesa, tambien, cómo el arte puede actuar como generador de pensamiento crítico y de un sentido de justicia y rechazo contra el abuso de los indefensos.
Próximos pasos
Durante estas semanas he empezado a explorar diversos agentes relacionados con la educación artística y la intervención social, así como, descubrir nuevas experiencias artísticas que transitan por el trauma infantil y la memoria colectiva. Esta bitácora es/será un espacio de reflexión que pretende servir de base para el desarrollo de mi proyecto.
Miramar opera desde una coautoría, ya que el escultor firma la obra, pero el colectivo POLS co-produce el proyecto al ceder espacio, gestionar montaje y activar redes.
Sobredosis mantiene autoría individual. Los colaboradores (técnico de sonido, personal de sala) desempeñan roles auxiliares sin participación creativa en la conceptualización.
DIMENSIÓN ECONÓMICA Y RECURSOS
Miramar. Financiación colectiva, trabajo no remunerado, cesión gratuita de espacio. Opera como «intersticio social» fuera de lógicas capitalistas. Recursos materiales mínimos, capital simbólico compartido.
Sobredosis. Dependencia institucional. Requiere infraestructura técnica profesional (sistema de sonido, sala acondicionada). Busca financiación mediante becas, convocatorias o apoyos de centros culturales. Mayor inversión económica, distribución jerárquica de recursos.
INSTITUCIONES Y ACCESO
Miramar: Circuito autogestionado. POLS se autodefine fuera del sistema institucional convencional, aunque mantiene conexiones estratégicas con agentes consolidados.
Sobredosis: Negociación con instituciones consolidadas. Busca espacios universitarios, centros culturales o galerías con capacidad técnica. Requiere protocolos de seguridad, permisos, seguros. Mayor formalización burocrática.
ESPACIOS Y LÍMITES ARTÍSTICOS
Miramar: Ampliación de límites. El espacio mismo (POLS) es producto artístico y político. Se autodefine y se autoregula.
Sobredosis: Adaptación a espacios convencionales. Necesita sala para hacerla oscura, sistema de sonido envolvente. Opera dentro de tipologías espaciales establecidas (cubo negro vs. cubo blanco) sin cuestionar la institución-contenedor. Pero se espera oposición por definición, posición política.
ACTIVACIÓN, EXPOSICIÓN Y DIFUSIÓN
Miramar: Difusión horizontal. Redes sociales, boca a boca, medios culturales locales. Temporalidad extendida sin “presión comercial”.
Sobredosis: Difusión vertical y programada. Quizás nota de prensa institucional, agenda cultural oficial. Activación controlada: grupos pequeños, turnos organizados, protocolos de entrada/salida. Temporalidad limitada.
PRODUCCIÓN Y CIRCULACIÓN DE CONOCIMIENTO
Miramar: Conocimiento compartido. Aprendizaje colectivo sobre gestión de espacios, construcción de comunidad, economías alternativas.
Sobredosis: Conocimiento transmisible. Investigación sobre representación del horror, técnicas de inmersión sensorial. Se documenta formalmente (memoria, video-registro) para circulación académica o profesional.
DIMENSIÓN SOCIALIZADORA: ENCUENTRO, COMUNIDAD Y TRANSFORMACIÓN
7.1 Tipos de sociabilidad que produce cada proyecto
Miramar ejemplifica lo que Bourriaud (2008) denomina «arte relacional en su expresión más literal»: la socialización es el contenido mismo de la obra, no su efecto secundario. La dimensión socializadora opera constantemente: en las reuniones de preparación, en las conversaciones durante la inauguración, en los encuentros posteriores que el espacio facilita…
Sobredosis, en cambio, produce una sociabilidad intensa pero efímera y controlada. Busca transformación del espectador que luego puede, o no, activarse políticamente (finalmente).
7.2 Modelos de interacción con el público
Miramar: Modelo de convivencia. El público puede regresar múltiples veces.
Sobredosis, no existe contacto con el autor de la instalación. Una segunda visita no se espera, ya que pierde el elemento “sorpresa”. No hay intercambio de opiniones entre el público.
7.3 Tensión transformadora.
Ambos proyectos pretenden transformar al público. Pero no hay herramientas que puedan corroborar que esto se logre, aunque se puede intuir por los comentarios de aquél. Siempre en un espacio temporal limitado.
CONCLUSIÓN:
Miramar es un modelo colaborativo que construye infraestructura propia desde prácticas comunitarias. Sobredosis responde a un modelo individual que “negocia” con estructuras institucionales existentes para difundir mensaje urgente.
¿Podría plantearse un desplazamiento de Sobredosis hacia un concepto más colaborativo como Miramar?, ¿hasta dónde se perdería la seudo independencia política? ¿ganaría un cliché, subordinado al lugar, o asociación que acoja la instalación?. Las relaciones generará, quieras o no, un posicionamiento político..
«Sobredosis de dolor infantil» pretende ser una instalación sonora inmersiva que aborda el sufrimiento infantil en contextos bélicos desde una práctica de la sustracción. Frente a la saturación mediática de imágenes explícitas que han generado indiferencia ante el horror de las guerras y el sufrimiento infantil, el proyecto «elimina» toda representación visual directa para operar mediante privación sensorial y/o la invisibilidad: oscuridad absoluta, «silencios» desgarradores y sonidos intermitentes de guerra.
La obra pretende capturar al espectador en una experiencia de 8-10 minutos dentro de una sala completamente oscura. La arquitectura sonora se estructura en cuatro movimientos: silencio inicial, irrupción violenta de bombardeos y metralla, largos silencios interrumpidos por gritos infantiles lejanos, y un clímax con bomba final seguido de silencio absoluto.
El proyecto se inscribe en la tradición del arte relacional (Bourriaud, 2008) como «intersticio social» que propone experiencias de incomodidad compartida en lugar de documentación pasiva del horror. No busca mostrar el sufrimiento, sino obligar a la imaginación del espectador a completar el vacío, activando así sensaciones que van entre la comodidad del visitante y el horror invisibilizado.
Se concibe como «armamento de guerra» contra la normalización de las masacres, aspirando a convertir espectadores pasivos en, quizás, actores del cambio. La instalación materializa la oscuridad como metáfora de nuestra inmoralidad colectiva, creando condiciones para que emerja pensamiento crítico sobre la complicidad pasiva ante las guerras contemporáneas.